Hoy se cumplen 137 años de la muerte del gran marino maragato
Casi olvidado en la historia de esta Argentina a veces amnésica, Luis Piedrabuena fue el baluarte que integró definitivamente a la Patagonia Sur con la Argentina. Su figura, mayúscula en la historia naval del país está rodeada de la mística que le otorgaba su formidable valentía personal, la solidez de sus principios éticos y morales y una vida de trabajo en el mar.
Un héroe con todas las letras que además de hacer flamear la bandera Argentina en las costas más inhóspitas del mundo, logro rescatar de una muerte segura a más de doscientos naúfragos de distintas nacionalidades, sumar al olvidado tehuelche a la idiosincracia regional y colonizar el río Santa Cruz. Todo en apenas cincuenta años, que culminaron con su muerte, un día como hoy, 10 de agosto de 1883.
En el itinerario de su vida se mezclaron cacerías de lobos marinos y ballenas, motines a bordo, tormentas y naufragios, ataques cuasi piratas, acusaciones de espionaje, vaivenes comerciales, amor, familia e hijos, entre los largos periplos marinos, exploraciones y descubrimientos.
Había nacido apenas cruzando el río, en Carmen de Patagones, un 24 de agosto de 1833. Era hijo de un comerciante asentado en la zona unos años antes que había migrado desde Santa Fe y de Vicenta Rodríguez, una dama de familia nacida en la ciudad maragata.
La épica relata que a los nueve años fue encontrado por un buque al mando del irlandés Wiliam Lemon en la desembocadura del Negro, navegando una extraña canoa tallada en uno de los miles de sauces que crecían en las riberas del río. Las fuentes no son precisas o lo son demasiado: que piloteaba una balsa de ramas dicen escuetamente algunos, que una piragua con una pala de panadero como timón y un rastrillo como remo, otros. Parece excesivo que un niño de nueve años, construya y navegue una embarcación más de veinte kilómetros río abajo, sólo y sin ninguna experiencia previa.
Lo cierto es que es a bordo del goleta de Lemon donde Piedrabuena tiene su primer contacto con el oficio de marino. La experiencia no fue de las mejores y diversas fuentes indican que por el trato despótico de su capitán el niño es desembarcado en Buenos Aires, donde uno de los héroes de la gesta del 7 de Marzo, el “Rengo” Harris, que era amigo del Padre de Luis, lo recoge en puerto y lo manda a la escuela en la futura capital argentina.
En el mar
Tras su primer contacto con el Atlántico su devoción por el mar se acentuó y el 23 de julio de 1847 se embarcó en el Pailebot “John D. Davison”, al mando del capitán W. H. Smiley, estadounidense, conocedor a fondo de la Tierra de Graham en la Antártida Argentina, de la Tierra del Fuego y la Patagonia occidental.
Al contrario de Lemon, este capitán era todo un caballero y se ocupó desde el primer momento de la educación marinera de Piedrabuena y también de acentuar el buen trato con los nativos y con los marineros rasos. Un año después de la partida fondean en las Islas Malvinas, con el objeto de refrescar víveres, y efectuada esta operación, extienden su periplo al Cabo de Hornos, descendiendo hasta el paralelo 68º de latitud Sur, donde el buque se dedicó a la pesca de ballenas. Permanecieron allí un año dedicado a aquella faena, en la cual Piedrabuena adquirió una destreza extraordinaria.
El 28 de agosto del año 1849, el “John E. Davison” zarpó de Patagones para Montevideo, donde fue fletado por Samuel Lafone, para conducir provisiones a los misioneros ingleses establecidos en la parte sur de la isla de Navarino y Tierra del Fuego. Al salir de Montevideo, el capitán Smiley hizo reconocer a Piedrabuena como 2º oficial, entregándole el mando de la ballenera. En el viaje, un fuerte temporal obligó al pailebot a recalar en un puerto de la Isla de los Estados, circunstancias que permitió a Piedrabuena efectuar su primer salvataje, arrancando de la muerte a 14 tripulantes de un buque alemán que había naufragado en aquellas inhospitalarias costas.
Continuaron viaje a la Isla Navarino, donde comprobaron por noticias escritas, allí dejadas, que los misioneros se habían trasladado a Puerto Español, en las dos embarcaciones que poseían. Al día siguiente zarparon para el canal de Beagle, y a las 40 millas de haber navegado en el mismo, avistaron los topes de una embarcación que resultó ser el buque de los misioneros, y al llegar encontraron que sólo había siete cadáveres, algunos de ellos mutilados; y por un diario que llevaban los misioneros y que hallaron en la playa, se informaron de que los otros siete hombres, incluso el capitán Allan Gardener, se habían perdido en el Cabo Kinnaird (Bahía Aguirre) con la otra embarcación, arrastrada contra los escollos por el fuerte viento reinante.
Después de enterrar los cadáveres, la “John E. Davison” siguió viaje a Bahía Aguirre, sin encontrar los restos de la otra embarcación. Siguieron viaje a la Isla de los Estados, para recoger los náufragos que allí habían dejado, e hicieron rumbo a Bahía del Oso Marino, donde encontraron dos buques cargando guano, a los que entregaron a los desafortunados viajeros.
A bordo de la goleta “Zerabia”, en 1850, el capitán Smiley ascendió a Piedrabuena a 1er oficial de su buque; dirigiéndose a los pocos días para Río Negro donde cargaron ganado vacuno y lanar para las Malvinas. Desde marzo a setiembre de aquel año, Smiley confió el mando del buque a Piedrabuena, tiempo durante el cual recorrieron las costas de las Malvinas, Isla de los Estados y Tierra del Fuego. En noviembre, en viaje para Puerto Español, un violento temporal pone en peligro de zozobrar al buque, arrancándole una lancha y dos marineros, frente a Monte Campana aunque lograron llegar a destino después de crueles peripecias.
Todo el año 1851 la pasaron recorriendo los mares australes, dedicados a la pesca de focas y lobos marinos. En un reconocimiento ordenado a Piedrabuena por Smiley en los mares glaciales de la Tierra de Graham, aquél se perdió con su ballenera entre las montañas de hielo flotante, y por espacio de un mes permaneció con sus compañeros encerrados entre los “icebergs”, alimentándose de carne de foca y aves marinas.
En 1854, Smiley lo lleva a Estados Unidos donde el patagònico completa su formación con conocimientos académicos en mecánica y carpintería náuticas aprendidos en una escuela marítima de Nueva York.
Con el diploma de piloto en la mano y tras una desastrosa intervención -desde lo económico- de Smiley en el teatro neoyorquino, Piedrabuena vuelve a su elemento y recorre el mar de las Antillas y las costas Estadounidenses y en el 58, en la “Nancy”, una goleta de Smiley vuelve a los mares Australes y a su Patagones natal. Pronto se independiza y empieza a recorrer nuestras costas haciendo fletes y cazando ballenas, lobos y pingüinos.
Salvador de náufragos
Según un raconto que el héroe hizo un año antes de su fallecimiento, Piedrabuena rescató de una muerte segura a 146 personas. Este número es puesto en duda por sus biógrafos porque olvidó mencionar en el detalle algunos rescates famosos por el grado de dificultad con que habían sido llevados a cabo y que elevarían la cuenta de los náufragos socorridos por Don Luis. También se conocen casos el marino argentino puso en riesgo su propia vida para ayudar a los demás y a, pesar de sus siempre magras economías, en varias ocasiones completó la faena humanitaria pagando de su peculio el pasaje para que los desvalidos puedan volver a sus tierras.
Es que siempre primó en Piedrabuena las enseñanzas humanitarias del Capitan Smiley y el valor que se le otorgaba a la vida en el mar. En aquellos años, el emperador de Alemania, la reina de Inglaterra y otros dignatarios extranjeros reconocieron la labor desinteresada del capitán argentino y lo colmaron de regalos valiosos.
El Luisito
El 10 de marzo de 1873 su gran embarcación, el “Espora” (Ex La Nancy, que habìa comprado a Smiley) , estaba fondeado frente al lugar que Piedra Buena llamaba bahía de las Nutrias en la Isla de los Estados cuando un fuerte temporal le hizo perder las anclas. Intentó varar el barco en la playa pero dio contra las rocas y se hundió. Piedra Buena y sus ocho hombres lograron llegar a la costa y durante los siguientes tres días intentaron rescatar, con apenas éxito, lo que quedó del malogrado barco.
Entonces, el marino decidió construir uno nuevo barco con los restos del naufragio y las maderas que encontraron en la isla. Contaba con elementos muy precarios: una sierra grande, otra chica y un par de hachas de mango corto. Debieron además abastecerse de alimentos y construir un refugio que los reparara de las inclemencias del clima.
Un emprendimiento casi imposible de llevar a cabo en cualquier lugar del mundo fue llevado a buen puerto en condiciones climáticas muy desfavorables y casi sin herramientas.
El 16 de marzo se tendió la quilla de lo que sería una nueva embarcación más pequeña. Del “Espora” utilizaron el timón, el mástil, las bombas, las velas, la cabuyería y muchas de las maderas. A falta de brea o alquitrán para calafatear las junturas entre la tablazón del casco y la cubierta, emplearon grasa de pingüino.
Es prácticamente imposible construir un barco que flote con los restos del naufragio, unas pocas maderas y clavos, y sobre todo, sin planos sin planear acabadamente en papel su eslora su manga, su puntal, su calado, su desplazamiento
El 11 de mayo, el cutter “Luisito” (así bautizado en recuerdo del hijo del capitán) zarpó hacia Punta Arenas, adonde llegó unos días después, transformándose en una de las hazaña navales más impresionantes de la historia naval del mundo.
Con este barco de once metros de eslora y 18 toneladas siguió navegando las aguas australes, haciendo negocios y salvando náufragos, hasta que lo vendió en 1875, junto con su comercio de Punta Arenas, y, prácticamente quebrado, se mudó con su familia a Buenos Aires.
Espía y Borracho
La posesión de la Patagonia era, en esos años, un tema controversial. Eran los años en que el pintoresco francés Orélie Antoine de Tounens pretendía ser el Rey de la Patagonia y Araucanía pero era Chile quien amenazaba seriamente los intereses argentinos. Los trasandinos habían fundado Punta Arenas en 1845 y esta era la única población al sur de Patagones, y desde allí los chilenos no sólo ocupaban toda la región del Estrecho de Magallanes, sino que presionaban fuertemente hacia la costa atlántica. En la presidencia de Mitre se promulgó la Ley de Territorios Nacionales reafirmando la soberanía sobre el sur argentino.
El año 1862 es clave en la vida de Piedrabuena: se establece en una isla en el río Santa Cruz, a la que pone el nombre de Pavón, en homenaje a la extraña batalla que acababa de «ganar» el general Mitre. En el mismo año, construyó un refugio en la Isla de los Estados, uno de los puntos más abandonados e inhóspitos del mundo. Por otro lado, se inicia en la masonería desde donde forja los contactos para entrevistarse con Mitre, ya presidente, a quien interesa por los desolados paisajes patagónicos.
En reconocimiento a su labor, la Isla de los Estados y su establecimiento de Pavón, les fueron conferidos en propiedad por una ley del Congreso Nacional en 1868. Un año después se casaría con Julia Dufour, con la que convivió hasta una década hasta su muerte en 1878. A lo largo de su vida tuvo cuatro hijos a los que criaba Julia, mientras Piedra Buena recorría la Patagonia Austral.
En 1875 el gobierno lo nombró teniente coronel de la Armada nacional, y transformó al marino en el guardián de la soberanía argentina sobre esas regiones. Desde entonces y hasta su muerte, Piedra Buena siguió navegando los mares australes, ahora por encargo de la Marina nacional, aunque las relaciones con las autoridades fueron siempre un tanto ambiguas, ya que, al parecer, su espíritu de independencia, sumado a su creciente alcoholismo, lo colocaban en una situación peculiar.
Lo que es cierto es que Piedrabuena, que mientras vivió en Punta Arenas era mirado “como un espìa” por los funcionarios chilenos y el consul argentino en Santiago de aquellos años puede dar fe de los trabajos del marino para reforzar la soberanìa argentina en aquellos lares. Mientras se sucedían una variedad de actos semihostiles por parte de navíos chilenos que trataban de sentar sus reales sobre la costa atlántica, se reclamaban arbitrajes y repartían banderitas chilenas a los indígenas, el comandante reafirmaba la soberanía desde la Isla Pavón y claro, también repartía banderas blanquicelestes.
Desde la factoría de la Isla Pavón se conectó y comerció con los tehuelches capitaneados por Casimiro Biguá, a quien logró atraer hacia el gobierno de Buenos Aires n una operación que culminó con el izamiento de la bandera Argentina en Genoa, Chubut, por parte de los pincipales caciques tehuelches en 1869. .
La soberanía argentina sobre la Patagonia atlántica seguía tambaleante cuando la escuadra argentina realizó, en 1878, una expedición a la zona, uno de cuyos barcos, el “Cabo de Hornos”, navegaba al mando de Piedra Buena. En el mismo año falleció su esposa Julia.
Piedra Buena murió cinco años después, en agosto de 1883, sin que se supiesen bien las causas inmediatas, aunque por los síntomas mencionados en alguna carta, su muerte puede haber sido consecuencia de su adicción al alcohol. Sólo tenía cincuenta años, y estaba tan arruinado económicamente que sus hijos, tuvieron que recibir una pensión, que les fue concedida por ley a pedido de los encargados de los niños, la mayor de las cuales era apenas adolescente.
Piedrabuena y Sarmiento
Piedrabuena soñaba con una fuerza militar que custodiara la entrada al estrecho de Magallanes. En 1868 logró hablar con el presidente Mitre, que ya terminaba su mandato y éste prometió poner a su disposición material para construir un faro y un cuartel que alojaría a una pequeña fuerza. Piedra Buena esperó en vano la concreción del ofrecimiento. Finalmente entrevistó al presidente Sarmiento para actualizar el asunto.
Pero el sanjuanino echó un balde de agua fría sobre los proyectos de Piedrabuena. Según su propio relato el maestro presidente argumentó «.. .que no teníamos marina; que costaba mucho mantener un buque de guerra; que estábamos pobres; que ese territorio era desierto ; que debíamos concertarnos y que más bien ese territorio les convenía a los chilenos por ser el paso del Pacífico; que si poblaba la guardia proyectada, habían de vivir como perros y gatos con los chilenos; que no había gente que darme. No me dijo que fuera ni que me quedara, pero (me indicó) que procediera con prudencia con las autoridades chilenas.»
Indudablemente Sarmiento no había comprendido la trascendencia que significaba la posesión efectiva del sur argentino. Eran otras preocupaciones las del sanjuanino y además pesaba sobre su ánimo un reparo, más bien una sombra del pasado, con referencia a esa región: la defensa que había hecho en Chile de las pretensiones del país trasandino sobre la Patagonia. Ahora, el Sarmiento presidente de 1868 veía sus manos atadas por la apasionada pluma del Sarmiento exiliado de 1845…