Si midiéramos en una encuesta la popularidad de nuestros héroes nacionales, San Martín se quedaría con el primer puesto secundado a escasa distancia por Belgrano y sideralmente distanciados en afecto de los demás grandes hombres que ha dado nuestra patria, también gigantes pero mezclados y ensuciados por las pasiones cotidianas de la política. San Martín y Belgrano no. Ellos aparecen impolutos y las imágenes en la retina popular son más del Billiken que de los libros de historia.
Eso ya muertos, porque en su tiempo los dos fueron despreciados, desautorizados, maltratados y marginados del poder por los mediocres de ayer y de hoy, que reconociendo que no iban a poder opacar sus figuras en la memoria colectiva de la Nación, se ocuparon de destratarlos en vida, ajar sus magnas obras y a veces lucrar con sus despojos .
Hoy relataremos el saqueo perpetuo del pensamiento, de la obra y hasta del cuerpo del creador de la bandera
Belgrano, que había nacido rico y poderoso, terminó su vida tan pobre que la lápida de su tumba se improvisó con el mármol de una cómoda del dormitorio de su hermano Miguel.
El prócer, ya muy enfermo, dejó el mando del Ejército del Norte y en Tucumán tuvo que pedir dinero prestado a un amigo para regresar a Buenos Aires: «Muero tan pobre que no tengo con qué pagarle el dinero que usted me prestó, pero no lo perderá. El gobierno me debe algunos miles de pesos de mis sueldos, y luego de que el país se tranquilice se los pagarán a mi albacea, quien queda encargado de satisfacer la demanda», le dice a su amigo José Balbín poco antes de morir. El gobierno le adeudaba por entonces 18 meses del sueldo.
Llegado a su destino que sería final, Buenos Aires, no tenía siquiera dinero para pagar los servicios de su médico personal José Redhead. Entonces, decide darle al galeno un reloj de oro que le había regalado el rey Jorge III de Inglaterra, pero los esfuerzos del facultativo fueron vanos y el general morenista muere de hidropesía, a los 50 años, en el llamado día de los tres gobernadores, el 20 de junio de 1820, hace ya 104 años.

Las escuelas
Unos años antes, la Asamblea del Año XIII de la naciente patria otorgó a Manuel Belgrano un premio de 40.000 pesos, que según dicen los historiadores, era una cifra que equivalía por entonces al cuatro por ciento de las exportaciones del país y a unos 80 kilos de oro-.por su triunfo en la batalla de Tucumán y Salta.
Belgrano decidió donar el dinero –unos 14 millones de dólares al cambio oficial de hoy- para la construcción de cuatro escuelas, que se demoraron mucho tiempo -demasiado, sin dudas- para convertirse en realidad. Belgrano pidió expresamente que las escuelas se levantaran en Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero y en Tarija (Bolivia), lugares que había transitado en su derrotero militar.
Justamente la de Tarija fue la primera en concretarse, aunque recién en 1974. Más tarde, en 1998, se inauguraron las de Tucumán y Santiago del Estero; la última de esas cuatro escuelas en deuda se ha materializado recientemente en Jujuy, en el barrio Campo Verde, de la capital de esa provincia.
Más de ciento cincuenta años tardó el país en gestionar parte del legado económico del prócer.
Peor le fue con su herencia política. Las ideas del abogado porteño se destacaban al menos en tres aspectos imprescindibles. Ante todo, la necesidad de crear una economía dinámica, inserta provechosamente en el intercambio mundial, con un novel proteccionismo para los sectores que lo requieran. Lo claro de sus pensamientos en esta rama lo convierten en el primer economista argentino.
El segundo gran lineamento del pensamiento de Belgrano es usar la educación como palanca de integración social y como forma de inserción productiva, acorde a las exigencias científico-tecnológicas de la época.
También luchó denodadamente por la unidad nacional, con lo que garantizaba su integridad aun en el aspecto militar. Su legado de libertad generosa al servicio del engrandecimiento del país continúa iluminando nuestra presente hora histórica aunque, salvo en educación, no le hemos hecho honor.
Mitre y los dientes del prócer
Ya muerto, el creador de la bandera sufre otro atentado a su dignidad y a su legado. En el año 1895 un grupo de jóvenes estudiantes porteños decide levantar suscripciones para la construcción de un mausoleo que aloje los restos del general.
El 20 de junio de 1903, ocho años después se inauguró oficialmente el edifico con medallas alusivas y gran fasto ordenado por el presidente Roca, que transitaba su segundo mandato.
En septiembre del año anterior, se había llevado a cabo la exhumación de los restos del héroe que fueron trasladados desde la sepultura primaria, en el atrio del convento de Santo Domingo, a una urna que se colocaría luego dentro del mausoleo.
La comitiva que se ocupó del cuerpo fue elegida expresamente por el presidente de la Nación y era conformada por el prior del convento de Santo Domingo, fray Modesto Becco, el Ministro de Guerra, coronel Pablo Riccheri, el del Interior, Joaquín V. González y algunos descendientes del héroe: Carlos Vega Belgrano y el subteniente Manuel Belgrano además del escribano mayor de gobierno, Enrique Garrido ocupao para dar legalidad al acto.
Tras un “susto” al no encontrar el ataúd bajo la losa original, dado que el precario cajón se habìa deshecho por el paso de los años, certificando una vez más la extrema pobreza del General a la hora de su muerte, se descubren algunos restos que son sumariados por el escribano Garrido.
No pasa un día para que el escandalo comenzara.
La Nación, el diario de Mitre, publica la nota como si hubiera acabado todo con normalidad, pero La Prensa, el diario rival, hace notar las deficiencias en el acta notarial y destacan que dos ministros se habían apropiado de dos dientes de los despojos del ejecutor del éxodo jujeño.
Un día después, “La Prensa” publica dos cartas del padre Modesto Becco, prior de la orden dominicana. La primera expresa: “El Exmo. Señor Ministro del Interior Dr. Joaquín V. González, que llevó un diente del general Belgrano para mostrárselo a varios amigos, acaba de remitirme esa preciosa reliquia del glorioso prócer de la patria, la cual está en mi poder y bajo la custodia de esta comunidad como el demás resto de sus cenizas”. En la segunda, el cura disculpa al otro ministro: “El Exmo. Señor Ministro de la Guerra depositó en mis manos el diente del general Belgrano que llevara para presentarlo al señor general D. Bartolomé Mitre”.
La Prensa invita a sus lectores a visitar su redacción con el fin de constatar la veracidad de las cartas y agrega: “las explicaciones son de infinita ingenuidad, pero nos llama la atención especialmente la del Ministro de la Guerra. Este funcionario declaró ayer en su despacho, ante varias personas, que había retirado el diente del general Belgrano, con el objeto de consultar al general Mitre sobre la conveniencia en engarzarlo en oro, para colocarlo luego con los demás restos en la urna del monumento”.
Es que quien en realidad quería quedarse con los dientes del prócer para engrosar su colección personal, era Mitre y los ministros se los llevaban como ofrendas para congraciarse con él. Es por eso la diferencias posturas de la prensa de la época. “La Nación” que mutila la noticia para evitar la que la opinión pública destrate a Bartolomé Mitre por querer robar los despojos del General y la Prensa que descubre el desaguisado y obliga a los funcionarios a devolver los dientes, aunque no a pagar las consecuencias. Todo termina con un gran chiste gràfico de la famosa revista de época Caras y Caretas en la que Belgrano se levanta de su tumba y le recimina a los ministros: “Hasta los dientes me llevan! ¿No tendran bastante con los propios para comer del presupuesto?”.
Lo cierto aunque La Nación, 120 años después, sigue con los dientes (propios) afilados para comer del presupuesto nacional, la figura de Belgrano se agiganta con cada investigación de los revisionistas en tanto la de Mitre, gestor como presidente del genocidio que significó la Guerra al Paraguay entre otros desaguisados, se empequeñece permanentemente.
A continuación, reproducción de las notas la nacion y la de la prensa sobre el tema.
LA NACIÓN del 5 de septiembre de 1902
“Se verificó ayer a las dos de la tarde la exhumación de los restos del general Belgrano que, como se sabe, estaban sepultados en el atrio de la iglesia de Santo Domingo y deben depositarse en el mausoleo cuya inauguración se efectuará el mes próximo. El presidente de la comisión, Souto, y los ministros del Interior y de Guerra, Joaquín V. González y el coronel Pablo Riccheri, junto a los médicos Marcial Quiroga y Carlos Malbrán presidieron el acto en que se levantó la losa del suelo. La vieja losa colocada por Cazón. El escultor Ettore Ximenez removió los escombros con cuidado pero debajo de la lápida no había ningún ataúd en la bóveda. Gran alarma del ministro de guerra que hizo retirar a todos los curiosos creyendo que se trataba de sabotaje. El servicio de seguridad alejó al público y el escultor siguió removiendo hasta que encontró debajo de la bóveda los despojos de Belgrano: a partir de ese momento actuó cada vez con más cuidado ‘para no perder el más pequeño fragmento de los restos’. No había vestigios del ataúd sino algunos clavos y tachuelas. Los huesos estaban dispersos y destruidos por la acción del tiempo. A medida que se extraían se depositaban en una bandeja de plata que sostenía uno de los monjes del convento. Las tibias se descubrieron en la tierra colocados casi paralelamente, pero al sacarlas, quedaron reducidas a pequeños fragmentos, lo que obligó a echar en un cajón toda la tierra de la fosa para sacar de ella después todo lo que quedaba de los restos de Belgrano. Se han encontrado en relativo buen estado algunos dientes”.
LA PRENSA del 5 de septiembre de 1902
“En el sepulcro del General Belgrano. Exhumación de sus restos. Un acta defectuosa. (Repartición de dientes entre los ministros) (…) «Llama la atención que el escribano del Gobierno de la Nación no haya precisado en este documento los huesos que fueron encontrados en el sepulcro; pero no es esta la mayor irregularidad que es permitido observar en este acto, que ha debido ser hecho con la mayor solemnidad, para honrar al héroe más puro e indiscutible de la época de nuestra emancipación, y también es necesario decirlo, para honrar nuestro estado actual de cultura. Entre los restos del glorioso Belgrano que no habían sido transformados en polvo por la acción del tiempo, se encontraron varios dientes en buen estado de conservación, y admírese el público ¡esos despojos sagrados se los repartieron buena, criollamente, el Ministro del Interior y el Ministro de la Guerra!
Ese despojo hecho por los dos funcionarios nacionales que nombramos, debe ser reparado inmediatamente, porque esos restos forman una herencia que debe vigilar severamente la gratitud nacional; no son del gobierno sino del pueblo entero de la República, y ningún funcionario, por más elevado o irresponsable que se crea, puede profanarla. Que devuelvan esos dientes al patriota que menos comió en su gloriosa vida con los dineros de la Nación, y que el escribano labre un acta con el detalle que todos deseamos y que debe tener todo documento histórico.. .»