Por Nicolás Suárez Colman. Abogado, especialista en Derecho Administrativo. (UNLP-UNCO) PRO-Republicanos Por Río Negro.
En la Argentina hay solo dos instituciones que la sociedad percibe mayoritariamente como parte del problema en la situación económica y política del país. Esa mayoría es abrumadora y esas dos instituciones son el Poder Judicial y el Sindicalismo. El poder judicial básicamente porque esa mayoría abrumadora lo percibe como ineficiente, caro e incapaz de cumplir correctamente con su función. Con el sindicalismo es mucho más complejo.
En Argentina el sindicalismo es la única institución no democrática de un país democrático, dicen defenderla, pero en realidad la aborrecen. Tanto es así que sistemas electorales sindicales no han sido capaz de incluir a las minorías, el que gana se queda con todo. No hay control, ni disidencias. Son una casta privilegiada, que gozan de fueros sindicales para ampararse en la comisión de todo tipo de ilegalidades, aprietes y medidas de fuerza extremas que perjudican la iniciativa privada y la modernización del Estado.
Como si eso fuera poco, ese sindicalismo también ha adoptado el discurso populista y la creencia de que el Estado debe ser paternalista. Que el Estado es todo y sin Estado no hay nada. Lo único que no ha hecho ese sindicalismo es reflexionar sobre como se construye un Estado y como se sostiene. Todo sabemos que los presupuestos estatales surgen de la estructura impositiva que grava la actividad privada. El equilibrio entre los impuestos que se cobran y los servicios que brinda el Estado debe tener equilibrio. Sin ese equilibrio hay déficit, deuda y falta de previsión.
El Estado debe brindar servicios acordes a sus ingresos, mientras más servicios asume el Estado, más impuestos debe cobrar y más desalienta la actividad privada. Quién quiere invertir en un lugar donde los impuestos son muy altos, la economía es muy endeble y la rentabilidad en función de los riesgos que se asumen son excesivamente altos. Básicamente pocos, es entonces ahí donde todos corren a papá Estado para pedirles que los contenga, y ese abrazo que puede dar el Estado se convierte en algo perverso.
Si alguno leyó alguna vez sobre relaciones tóxicas, eso es lo que sucede con el Estado paternalista, reduciendo la existencia y supervivencia de esa persona a un Estado que da porque es bueno, pero generando una perversa dependencia que lleva a la reducción de la voluntad de la persona a la mínima expresión. Obedecer para él, para que el Estado no se enoje y me quite eso que me da porque es bueno. Esto es lo que plantea Rodolfo Aguiar cuando exige que el Estado brinde un salario mínimo y universal de más de cuarenta mil pesos (unos 300 dólares) a quienes están sin empleo.
Mientras ese discurso suena tan bonito, y pide a papá Estado que nos cuente un cuento, nunca nos dijo de donde podrían salir los recursos para hacer frente a semejante aventura. No se sabe si hay que imprimir más dinero, cobrar más impuesto o seguir echando mano a los fondos de la ANSeS que ya se encuentra bastante castigados por absorber todos los beneficios sociales que se crean con el dinero de los aportes de los trabajadores.
Mientras Aguiar nos pide que papá Estado nos cuente un cuento y nos regale dinero para generar un bienestar efímero, los 7 millones de argentinos que resisten en la actividad privada para sostener al Estado se encuentran en su momento más vulnerable, muchos sin poder trabajar, muchos con miedo a que la empresa de la que dependen tenga que cerrar porque no soporta un día más con las persianas bajas. Es hora de que quienes piden que papá Estado nos cuente un cuento, se hagan cargo de que son parte del problema y que con estos discursos están destruyendo la libertad de los argentinos.