Apenas comienza la primavera y ya los operadores turísticos y las secretarías del rubro de los municipios de la costa rionegrina se ponen en marcha ultimando los detalles para encarar la temporada alta. Ya lo dijeron todos los candidatos en el debate del sábado en Viedma, el turismo es el futuro.
Las casas de alquiler comienzan a pintarse, se desmalezan terrenos, se bachean calles y se alquilan algunos locales que serán novedad en enero.
Se “maquillan” los espacios públicos, se programan tres o cuatro actividades deportivas o culturales y listo. Ya está programado el verano 2019 y nos sentamos a esperar que lleguen los visitantes. Y llegan, pero desde hace un tiempo da la impresión de que, además de ser siempre los mismos, son cada vez menos.
El verano es la estación por excelencia de viajes e intercambios, de contacto y exploración y la costa este rionegrina con una cadena de 300 kilómetros de playas paradisíacas casi desiertas debería ser la meca del turismo estival.
Pero sin embargo, no es así. Aunque los que vienen de más al sur se sorprendan por la calidez de nuestras aguas, o los cordobeses por la amplitud y tranquilidad de nuestras playas. Aunque el porteño quede maravillado por las grandes piezas que se sacan desde el espigón o que cada extranjero se enamore del Camino de la Costa.
El turismo masivo “no cuaja” en Rìo Negro más allá de la marca “Las Grutas”, que parece algo limitada tras 25 años de sobreexplotación en los cuales no se han podido superar los dos problemas endémicos de la villa turística por excelencia del oeste rionegrino: la estrechez de sus playas y la desmesura de sus precios.
Conociendo la idiosincracia del pueblo argentino, primero el mar erosionará y ampliará las playas grutenses, y después -medio siglo después-, se empezarán a acomodar los costos en el balneario.
Lo cierto es que salvo enero en Las Grutas, el turismo en la Costa Atlántica no llega a ser masivo. Que el dolar, que es más barato Brasil, que los tour de compras a Chile, que el clima, que las distancias, que pin, que pan. Siempre hay alguna excusa que cargue sobre otros culpas que son sólo nuestras.
Porque si bien es cierto que estamos rodeados de un entorno natural de increíble belleza que puede ser el marco donde se geste el turismo de masas, nos falta todo el resto.
No tenemos la infraestructura adecuada, no tenemos un plan B para nuestros habituales dìas ventosos, no tenemos abundancias de vuelo y ni siquiera buenas rutas, pero principalmente no tenemos el conocimiento acabado de como se gestiona el sector,
Primero hay que entender el negocio integramente. Tenemos que saber que es lo que va a querer el potencial visitante de nuestras playas. Que viene a buscar.
El secreto en el éxito del turismo de playa en todo el mundo se basa en el ofrecimiento de la felicidad, y para esta sociedad consumista y bastante perversa la felicidad hoy reside en atender cabal y totalmente al cuerpo humano.
Es que el cuerpo humano parece hoy màs importante que el alma. El poscapitalismo se cimienta en la protección de nuestro cuerpo. La risa fàcil de la revista, la industria farmacéutica, la geriátrica, los cientos de gimnasios, el culto a la salud, la abundancia en atuendos veraniegos, los peluqueros y esos raros peinados nuevos, los restaurant gourmet, las ferias de chucherìas como atracciòn, incluso el consumo de drogas y de alcohol, son ejemplos de la exaltación del cuerpo humano en verano.
La medida de lo buena o mala que hayan sido las vacaciones para un turista de hoy es lo que se bronceó, lo que descansó, lo que comió, lo que bebió, lo que bailó, el sexo que tuvo, como se rió . El negocio del turismo pasa hoy por atender las necesidades del cuerpo del turista y tenerle al alcance de la mano lo que requiera
A modo de ejemplo, entonces vemos nuestras ciudades y playas y sumamos: Ni Viedma, ni Patagones, ni Sierra Grande, ni San Antonio tienen camping municipal, lo que equivale decirle no a los jóvenes. Y estamos hablando de una pequeña infraestructura, un camping, no un aeropuerto internacional.
También hay que sumarle la poca calidad en la oferta turística, con un muy limitado número de pubs elegantes, restaurantes de tres estrellas, spas, buenos hoteles y alternativas para la gente de mayor poder adquisitivo.
Es decir no damos oportunidad al turismo de paso o gasolero pero tampoco nos preocupamos por atraer al turista adinerado. Seguimos creyendo que el turismo es una oportunidad pero nunca apostamos por él, ni siquiera teniendo a Bariloche en la otra punta de la provincia que ha sabido ganarse su respeto como centro vacacional.
En el este, con el fondo del Atlántico, con la playa y el sol, de las olas y de la crema solar, de la pesca , de la cazuela y de la canción del verano, todavía no podemos ofrecer a quien venga la alegría de vivir y quien sepa gestionar bien la alegría de vivir se hará dueño de un negocio tan rentable como inacabable.