Pinchar: clavar un objeto puntiagudo o punzante en una superficie. Eso dice un diccionario, pero en el lenguaje del adolescente de la comarca, «pinchar» una casa, ir a una «pinchada», es juntarse a bailar y en la mayoría de los casos, a tomar alcohol en un lugar particular, habitualmente una casa de familia. Nefastas consecuencias a traído esta nueva costumbre, por ejemplo, los casos de los abusos cometidos en la chacra de Javier Tordi, donde quienes tenían que cuidar a los niños abusaron de ellos, además de los habituales casos de «comas etílicos», peleas entre jóvenes y más que son la comidilla de los lunes.
La situación se convierte rápidamente en un círculo vicioso: los chicos con su ruido y movimiento molestan en el radio urbano entonces buscan lugares más alejados donde están cada vez más desprotegidos. Y tenemos entonces uno de esos casos donde lo bueno no es aconsejable o tan siquiera implementable.
La prohibición de que los adolescentes no puedan entrar a locales bailables viene discutiéndose hace años, en el 2008 en el gobierno de Jorge Ferreira parecía haberse llegado a una buena solución: un boliche sin alcohol para menores y un boliche para mayores. No se llegó a concretar el espacio para los chicos. En el 16, a pedido de muchos padres, se intentó readecuar la norma para que bajen la edad de ingreso a los boliches, la iniciativa no prosperó.
Mientras tantos, chicos a los que la ley les permite votar, celebrar un contrato laboral o pedir un carnet para conducir, no pueden juntarse con amigos en un local bailable. Y si bien también es cierto que algunas personas se inician en el alcohol y la marihuana en ese período de la vida, es bien claro que el espacio físico no actúa como aliciente.
Lo cierto es que la norma parece echa a medida para que los empresarios nocturnos se saquen un problema de encima, al no tener que controlar si le expenden o no alcohol a menores.
En San Antonio, desde hace dos meses, se permite el ingreso a menores de 16 a 18 a locales bailables, mostrando un carnet habilitante emitido por el municipio con la anuencia de los padres. Una iniciativa para seguir de cerca.
Porque algo hay que hacer para que miles de adolescentes no sean empujados todos los fines de semana hacia la informalidad de la noche y sus peligros, sólo porque nadie quiere hacerse cargo.